Estate, Señor, conmigo,
siempre, sin jamás partirte,
siempre, sin jamás partirte,
y cuando decidas irte,
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin te vas.
Llévame, en tu compañía,
donde tú vayas, Jesús,
porque bien se que eres tú
la vida del alma mía;
si tú vida no me das,
yo que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tú sin mí te vas.
Por eso, más que a la muerte,
temo, Señor, tu partida,
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tú das,
se que alcanzarla no puedo,
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tú sin mi te vas.
Amén
(Liturgia de las Horas, Laudes,
martes IV Semana del Salterio)