sábado, 25 de marzo de 2017

Cántico de Zacarías

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo,
según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos
y de la mano de todos los que nos odian;
ha realizado así la misericordia que tuvo con nuestros padres,
recordando su santa alianza y el juramento que juró a nuestro padre Abraham.

Para concedernos que, libres de temor, arrancados de la mano de los enemigos, le sirvamos con santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación, el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,
nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos por el camino de la paz.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos.

Amén




El Plan Divino de la Salvación


Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo,
para que fuésemos consagrados e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo, redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su Sangre,
hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
hacer que todas las cosas tuviesen a Cristo por cabeza
las del cielo y las de la tierra.

(Efesios, I. 3-10)




domingo, 11 de diciembre de 2016

Estate, Señor, conmigo


Estate, Señor, conmigo,
siempre, sin jamás partirte, 
y cuando decidas irte, 
llévame, Señor, contigo;
porque el pensar que te irás 
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si tú sin te vas.

Llévame, en tu compañía, 
donde tú vayas, Jesús,
porque bien se que eres tú 
la vida del alma mía;
si tú vida no me das,
yo que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si tú sin mí te vas.

Por eso, más que a la muerte, 
temo, Señor, tu partida,
y quiero perder la vida 
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tú das, 
se que alcanzarla no puedo,
cuando yo sin ti me quedo,
cuando tú sin mi te vas.

Amén

(Liturgia de las Horas, Laudes, 
martes IV Semana del Salterio)





Por el dolor creyente que brota del pecado


Por el dolor creyente que brota del pecado,
por no haberte querido de todo corazón, 
por haberte, Dios mío, tantas veces negado,
con súplicas te pido, de rodillas, perdón.

Por haberte perdido, por no haberte encontrado,
porque es como un desierto nevado mi oración;
porque es como una hiedra sobre el árbol cortado,
el recuerdo que brota cargado de ilusión.

Porque es como la hiedra, déjame que te abrace,
primero amargamente, lleno de flor después,
y que a ti, viejo tronco, poco a poco me enlace,
y que mi vieja sombra se derrame a tus pies.

      (Liturgia de las Horas de los Fieles, Oración de Laudes
Viernes IV Semana - Tiempo ordinario)